Observador Ciudadano ®
Francia, Trump y
nosotros
Jorge G. Castañeda
Este
domingo sucedió algo interesante en Francia. En la segunda vuelta —la que no
tenemos en México, pero igual los franceses no entienden— de unas elecciones
importantes, los candidatos socialistas en varias regiones —dos de ellas con
cabecera en Lille y Marsella— que llegaron en tercer lugar en la primera vuelta
se retiraron a favor de los aspirantes del partido de derecha, Les
Républicains, encabezado por Nicholas Sarkozy, que llegaron en segundo lugar.
Los votantes siguieron a sus dirigentes, y
casi dos terceras partes de los electores socialistas votaron por la derecha.
Por una simple razón: para impedir el triunfo de la extrema derecha de Marine
Le Pen y el Front National. Perdió todas las regiones. Este sentido de Estado,
tan evidente en gente como François Hollande y su primer ministro Manuel Valls,
es producto de una larga tradición gala —sucedió en 1998 en los comicios
presidenciales contra el padre de Le Pen—, pero también porque se ha creado un
consenso en la Europa democrática que el peligro principal para la convivencia
europea es esa extrema derecha del FN y del primer ministro húngaro, por
ejemplo. Ha surgido también un creciente acuerdo de que Donald Trump en Estados
Unidos representa un peligro semejante, no solo para Washington. Jefes de
gobierno como Valls y David Cameron de Reino Unido se han manifestado abierta y
explícitamente contra las ideas de Trump.
Cameron
dijo el miércoles que su propuesta de cerrar la entrada a Estados Unidos a
musulmanes no americanos era "estúpida, divisiva y equivocada". Valls
dijo: "El Sr. Trump, como otros, atiza el odio y la confusión". Hasta
Benjamín Netanyahu de Israel condenó la idea de Trump, y para todos fines
prácticos lo obligó a cancelar una visita a su país. Varios gobernantes árabes
o musulmanes de otras regiones han hecho lo mismo. A la larga, pronunciamientos
como estos, de gobiernos con una larga tradición diplomática, contribuirán a
forzar a determinados sectores, incluso conservadores, en EU a deslindarse de
Trump por razones de política exterior. Ex presidentes, ex secretarios de
Estado, de Finanzas, de Justicia Republicanos sentirán que, al mantenerse Trump
como puntero —el lunes llegó a 41% en una encuesta nacional— deberán intervenir
para que su país no quede aislado en el mundo, en un momento tan delicado, por
culpa del empresario.
Hasta
pueden llegar a respaldar a candidatos repugnantes para ellos, con tal de
evitar un triunfo de Trump en el partido, ya ni se diga en la Casa Blanca. Lo
harán en parte por un sentido de Estado en materia de política exterior, al
escuchar voces extranjeras prestigiadas. La pregunta que me queda es por qué
México, tan ofendido por Trump como los musulmanes, no ha dicho nada a través
de su gobierno. Sin eufemismos, sin miedo, sin pena. Nuestra voz pesa, pero no
silenciada.
Dos
crisis venezolanas: humanitaria y cubana
Jorge G. Castañeda
Solo la
izquierda trasnochada puede sentirse decepcionada por la derrota del chavismo
en Venezuela. Nadie puede destruir una economía o permitir niveles de
violencia, como el régimen de Maduro, sin pagar un precio en las urnas, si hay
urnas. Para los venezolanos, para la comunidad latinoamericana, se trata de un
paso adelante frente a uno de los gobiernos más aberrantes en una región donde
suelen abundar.
Pero esto
no significa que los problemas creados por la demencia chavista hayan
terminado. Al contrario: para Venezuela, para su vecinos y para todo el
hemisferio (incluyendo a EU), los dilemas apenas arrancan. Nos podemos hallar
ante una de las crisis potenciales más agudas en América Latina. Los escenarios
son escalofriantes. Me referiré solo a dos.
La primera
es la que varios observadores pronostican y temen: una crisis humanitaria de
grandes dimensiones. Con una economía ya hundida en el abismo, dos elementos
adicionales han venido a agravar una situación de por si catastrófica. La
primera es el persistente derrumbe del precio del petróleo, del cual depende
Venezuela para la casi totalidad de su presupuesto y de sus importaciones.
Mientras la OPEP siga produciendo, los precios seguirán cayendo. Para Caracas
es una pesadilla agudizada desde hace una semana por un gobierno dividido,
pasmado, incapaz de tomar decisiones inevitables e impostergables, y enfrentado
a más de medio país que lo aborrece. De allí la crisis humanitaria: escasez permanente
de todo, hiperinflación, una población armada (los niños piden pistolas para
Navidad), dos fronteras terrestres porosas y atractivas (Brasil y Colombia) y
otra marítima, a una hora de vuelo (Miami). Hay cálculos de hasta 2 millones de
desplazados en dirección de esas fronteras.
Segundo
escenario: la prensa internacional informa de una quincena o más de buques
petroleros cargados de productos refinados estacionados frente a puertos
venezolanos, sin descargar, por incapacidad de pago de PDVS, que no puede
exportar. Sin reservas monetarias —se dice que el oro ha sido pignorado dos
veces ya— Venezuela no puede seguir subsidiando a Cuba, al son, según El País,
de 5 mil mdd al año.
El número
de emigrantes cubanos a EU se ha duplicado de 2014 a 2015. La oposición
victoriosa procura, con razón, suprimir un subsidio que le cuesta al pueblo
venezolano por triple partida: petróleo vendido debajo de precios de mercado,
pago exorbitante a médicos cubanos y presencia desorbitada de seguridad cubana.
Si todo eso se acaba, ¿qué será de Cuba? O quizás Barack Obama ya esté
negociando con Henrique Capriles y la MUD que no recorten el salvamento cubano
para evitarle un nuevo Mariel (1980) o crisis balsera (1994). Esa es la
magnitud de la crisis venezolana.
Jorge G. Castañeda
La encuesta
de Reforma fue la que más se acercó al resultado final de la elección en Nuevo
León y del porcentaje de votos que obtuvo Jaime Rodríguez, El Bronco. En careos
con AMLO, Osorio Chong, Margarita Zavala y Miguel Ángel Mancera, le da 15% de
intención del voto al día de hoy. En cambio, la empresa GEA le da entre 6 y 8%.
La diferencia se puede explicar en parte por el hecho de que GEA incluye 43% de
no respuestas de un tipo u otro, mientras que Reforma solo 26%. Pero en esta
diferencia se inscribe uno de los grandes enigmas de la sucesión presidencial
de 2018.
Si la
encuesta de Reforma acierta y hoy Jaime Rodríguez, es decir, un candidato
independiente, se encuentra en un virtual empate técnico o estadístico con AMLO
—18%—, Osorio Chong —18%—, Margarita Zavala —17%—, eso significa que su
candidatura independiente o una candidatura independiente genérica pueden ser
altamente competitiva en el 18. En cambio, si GEA se acerca más a la situación
actual de intenciones de voto —las encuestas no son pronósticos, son
fotografías—, entonces la candidatura hipotética de Jaime Rodríguez, o
cualquiera independiente, pueden verse enfrentadas a un obstáculo insuperable:
la falta de credibilidad.
Estas y
otras encuestas muestran que una gran proporción de mexicanos ha manifestado en
los últimos meses una disposición a votar por una candidatura independiente.
Pero esa posibilidad se puede ver —casi seguramente se verá— diluida si con el
tiempo las encuestas muestran que no puede ganar la Presidencia. De ser el
caso, votar por una candidatura sin partido se transforma en un voto
testimonial: importante, que puede alcanzar niveles interesantes, pero
finalmente ocioso en cuanto a que no tiene posibilidades de ganar. Cuando esa
percepción se generaliza en cualquier elección, la gente tiende a desistir de
un voto de esa naturaleza y a transferir su sufragio a segundas opciones menos
atractivas pero más viables.
En cambio,
si en los próximos meses la encuesta de Reforma ve confirmados sus resultados
con sondeos de la misma casa y de otras firmas, se puede generar una dinámica
de credibilidad. Esto es lo que sucedió en Nuevo León. Cuando salieron las
primeras encuestas de El Norte mostrando que El Bronco iba subiendo y que se
acercaba a los otros dos candidatos —PRI y PAN—, comenzaron a elevarse las
intenciones de voto a su favor. Las encuestas se volvieron una self fulfilling
profecy. Mi impresión es que las posibilidades de triunfo de una candidatura
independiente son realmente existentes. No enormes, pero no nimias tampoco. Y
las de El Bronco en particular, hoy, son considerables. Pero en esta disyuntiva
nos encontramos todos. ¿Reforma o GEA?
Venezuela de botepronto
Jorge
G. Castañeda
Tres reflexiones rápidas sobre
las elecciones en Venezuela, antes del anuncio de cualquier resultado oficial,
pero ya en plena rumorología; en medio de interpretaciones del lenguaje
corporal de unos y otros, y de conclusiones inevitables, aunque prematuras. No
existen mayores fundamentos para creer estas versiones, salvo que parecen ser
ciertas.
La participación fue elevada, incluso antes de
que el gobierno de Nicolás Maduro, a través del Consejo Nacional Electoral que
controla, decidiera mantener abiertas las urnas una hora más de lo previsto.
Ese primer dato explica los demás: en este caso, sin la menor duda, una elevada
participación favoreció a la oposición antichavista.
En segundo lugar, los datos en
la noche parecían arrojar 113 miembros de oposición electos, en una Asamblea de
167 integrantes. En otras palabras, la MUD opositora alcanzaría la llamada
supermayoría de dos tercios, que le permitiría elegir integrantes de la Suprema
Corte, aprobar cambios constitucionales y casi destituir a Maduro por esta vía.
Hay tres reservas al respecto: que los vaticinios, conteos rápidos, encuestas
de salida, etcétera, se equivoquen; que acierten, pero que Maduro y Diosdado
Cabello logren recuperar/comprar un par de escaños, evitando lo peor; y
tercero, como lo ha dicho Moisés Naím, que entre el 7 de diciembre y la fecha
en enero cuando toma posesión la nueva Asamblea, el chavismo le arrebate el
poder a la misma y lo asigne a otras instancias existentes y por ser creadas.
Tercero: de confirmarse estos
datos —y el número exacto de escaños no importa en este siguiente cálculo— la
oposición habría obtenido más de 65% del voto, y tal vez hasta 70%. De ser
cierto, podría plantearse con gran optimismo convocar en 2016, al cumplir tres
años Maduro en el poder un referendo revocatorio, al lograr 20% de las firmas
necesarias, y ganarlo. Se antoja excesivo el pronóstico, pero las caras de los
militares en la televisión lo insinuaban.
Todo esto lleva a dos conclusiones,
una dramática, la otra festiva. De confirmarse estos números, puede caer el
gobierno de Maduro ahora, por una conjunción de circunstancias. Improbables,
pero no imposibles. Y al término de más de año y medio de cárcel, mi amigo
Leopoldo López puede ser liberado. Fantástica noticia, si se da.
Dentro de 3 años
sabremos cómo nos fue durante 6
Jorge G. Castañeda
No veo
motivo para esperar que la segunda mitad del sexenio sea muy distinta a la
primera. El crecimiento económico se parecerá mucho —entre 2 y 2.5% en
promedio— durante los dos períodos; la inflación también; los precios del
petróleo difícilmente volverán a los de 2013-2014, sin caer tampoco mucho más,
y, por lo tanto, las restricciones presupuestales seguirán vigentes; las tasas
de interés norteamericanas subirán un poco y las mexicanas no bajarán mucho
(6.5% de interés real para una hipoteca, casi el triple de EU); nada muy nuevo
en el frente económico: ni bueno ni malo.
En el
ámbito político, a menos que haya una sorpresa (segunda vuelta, reagrupación de
spots, reducción de gasto de los partidos, debacle del PRI en las 12
gubernaturas del 2016), tampoco veremos grandes cambios. La sucesión se
encuentra ya en marcha; AMLO, Margarita Zavala y, a su manera, El Bronco
proclamaron sus candidaturas; el PRI está pasmado por las reglas tradicionales
y anacrónicas de espera a los tiempos del Presidente. No se ve gasolina para
una nueva reforma política, aunque le urge al país, y en realidad, la
innovación para la segunda mitad del gobierno consistiría en el desenlace: que
ganara AMLO o un independiente en el 2018. Lo demás sería parte de la nueva
normalidad del país: aceptable, a secas.
De las
reformas, comenzará el período de medición de resultados. Para 2018 sabremos
quién va invertir, cuánto y en donde, en materia de energía. Los resultados no
se verán hasta más adelante, pero las cuentas ya se podrán analizar. Las
promesas de determinados miles de millones de dólares de inversión extranjera
(IED) en petróleo, gas y electricidad se podrán contabilizar; las inversiones
acompañantes, también. Y sabremos si la IED como porcentaje del PIB aumentó, o
permaneció estancada.
Igual en el
rubro social, incluyendo la educación. Para 2018 se sabrá si las evaluaciones
entrañaron una verdadera rotación de los maestros reprobados después de tres fracasos;
si las pruebas PISA o las mexicanas empiezan a arrojar resultados. En salud y
vivienda, ya habrá saldos.
Se
comprobará si la caída de los homicidios dolosos por 100 mil habitantes de los
primeros dos años fue tendencia, o si el incremento en 2015 se prolongó. En
todo caso, para 2018 veremos si se ganó la guerra del narco, o si Peña Nieto la
abandonó al convencerse de su futilidad.
Las
conclusiones más importantes: si se empezó a construir un estado de derecho,
una policía que funcione, e instituciones creíbles y eficaces en el combate a
la impunidad, las violaciones a los derechos humanos y la corrupción. Para
entonces, no bastarán los anuncios.