Entrevista con Patricio Lerzundi













Francia, Trump y nosotros

Jorge G. Castañeda

Este domingo sucedió algo interesante en Francia. En la segunda vuelta —la que no tenemos en México, pero igual los franceses no entienden— de unas elecciones importantes, los candidatos socialistas en varias regiones —dos de ellas con cabecera en Lille y Marsella— que llegaron en tercer lugar en la primera vuelta se retiraron a favor de los aspirantes del partido de derecha, Les Républicains, encabezado por Nicholas Sarkozy, que llegaron en segundo lugar.
 Los votantes siguieron a sus dirigentes, y casi dos terceras partes de los electores socialistas votaron por la derecha. Por una simple razón: para impedir el triunfo de la extrema derecha de Marine Le Pen y el Front National. Perdió todas las regiones. Este sentido de Estado, tan evidente en gente como François Hollande y su primer ministro Manuel Valls, es producto de una larga tradición gala —sucedió en 1998 en los comicios presidenciales contra el padre de Le Pen—, pero también porque se ha creado un consenso en la Europa democrática que el peligro principal para la convivencia europea es esa extrema derecha del FN y del primer ministro húngaro, por ejemplo. Ha surgido también un creciente acuerdo de que Donald Trump en Estados Unidos representa un peligro semejante, no solo para Washington. Jefes de gobierno como Valls y David Cameron de Reino Unido se han manifestado abierta y explícitamente contra las ideas de Trump.
Cameron dijo el miércoles que su propuesta de cerrar la entrada a Estados Unidos a musulmanes no americanos era "estúpida, divisiva y equivocada". Valls dijo: "El Sr. Trump, como otros, atiza el odio y la confusión". Hasta Benjamín Netanyahu de Israel condenó la idea de Trump, y para todos fines prácticos lo obligó a cancelar una visita a su país. Varios gobernantes árabes o musulmanes de otras regiones han hecho lo mismo. A la larga, pronunciamientos como estos, de gobiernos con una larga tradición diplomática, contribuirán a forzar a determinados sectores, incluso conservadores, en EU a deslindarse de Trump por razones de política exterior. Ex presidentes, ex secretarios de Estado, de Finanzas, de Justicia Republicanos sentirán que, al mantenerse Trump como puntero —el lunes llegó a 41% en una encuesta nacional— deberán intervenir para que su país no quede aislado en el mundo, en un momento tan delicado, por culpa del empresario.
Hasta pueden llegar a respaldar a candidatos repugnantes para ellos, con tal de evitar un triunfo de Trump en el partido, ya ni se diga en la Casa Blanca. Lo harán en parte por un sentido de Estado en materia de política exterior, al escuchar voces extranjeras prestigiadas. La pregunta que me queda es por qué México, tan ofendido por Trump como los musulmanes, no ha dicho nada a través de su gobierno. Sin eufemismos, sin miedo, sin pena. Nuestra voz pesa, pero no silenciada.






Dos crisis venezolanas: humanitaria y cubana

Jorge G. Castañeda

Solo la izquierda trasnochada puede sentirse decepcionada por la derrota del chavismo en Venezuela. Nadie puede destruir una economía o permitir niveles de violencia, como el régimen de Maduro, sin pagar un precio en las urnas, si hay urnas. Para los venezolanos, para la comunidad latinoamericana, se trata de un paso adelante frente a uno de los gobiernos más aberrantes en una región donde suelen abundar.

Pero esto no significa que los problemas creados por la demencia chavista hayan terminado. Al contrario: para Venezuela, para su vecinos y para todo el hemisferio (incluyendo a EU), los dilemas apenas arrancan. Nos podemos hallar ante una de las crisis potenciales más agudas en América Latina. Los escenarios son escalofriantes. Me referiré solo a dos.

La primera es la que varios observadores pronostican y temen: una crisis humanitaria de grandes dimensiones. Con una economía ya hundida en el abismo, dos elementos adicionales han venido a agravar una situación de por si catastrófica. La primera es el persistente derrumbe del precio del petróleo, del cual depende Venezuela para la casi totalidad de su presupuesto y de sus importaciones. Mientras la OPEP siga produciendo, los precios seguirán cayendo. Para Caracas es una pesadilla agudizada desde hace una semana por un gobierno dividido, pasmado, incapaz de tomar decisiones inevitables e impostergables, y enfrentado a más de medio país que lo aborrece. De allí la crisis humanitaria: escasez permanente de todo, hiperinflación, una población armada (los niños piden pistolas para Navidad), dos fronteras terrestres porosas y atractivas (Brasil y Colombia) y otra marítima, a una hora de vuelo (Miami). Hay cálculos de hasta 2 millones de desplazados en dirección de esas fronteras.

Segundo escenario: la prensa internacional informa de una quincena o más de buques petroleros cargados de productos refinados estacionados frente a puertos venezolanos, sin descargar, por incapacidad de pago de PDVS, que no puede exportar. Sin reservas monetarias —se dice que el oro ha sido pignorado dos veces ya— Venezuela no puede seguir subsidiando a Cuba, al son, según El País, de 5 mil mdd al año.

El número de emigrantes cubanos a EU se ha duplicado de 2014 a 2015. La oposición victoriosa procura, con razón, suprimir un subsidio que le cuesta al pueblo venezolano por triple partida: petróleo vendido debajo de precios de mercado, pago exorbitante a médicos cubanos y presencia desorbitada de seguridad cubana. Si todo eso se acaba, ¿qué será de Cuba? O quizás Barack Obama ya esté negociando con Henrique Capriles y la MUD que no recorten el salvamento cubano para evitarle un nuevo Mariel (1980) o crisis balsera (1994). Esa es la magnitud de la crisis venezolana.









Dos encuestas, dos opciones

Jorge G. Castañeda

La encuesta de Reforma fue la que más se acercó al resultado final de la elección en Nuevo León y del porcentaje de votos que obtuvo Jaime Rodríguez, El Bronco. En careos con AMLO, Osorio Chong, Margarita Zavala y Miguel Ángel Mancera, le da 15% de intención del voto al día de hoy. En cambio, la empresa GEA le da entre 6 y 8%. La diferencia se puede explicar en parte por el hecho de que GEA incluye 43% de no respuestas de un tipo u otro, mientras que Reforma solo 26%. Pero en esta diferencia se inscribe uno de los grandes enigmas de la sucesión presidencial de 2018.

Si la encuesta de Reforma acierta y hoy Jaime Rodríguez, es decir, un candidato independiente, se encuentra en un virtual empate técnico o estadístico con AMLO —18%—, Osorio Chong —18%—, Margarita Zavala —17%—, eso significa que su candidatura independiente o una candidatura independiente genérica pueden ser altamente competitiva en el 18. En cambio, si GEA se acerca más a la situación actual de intenciones de voto —las encuestas no son pronósticos, son fotografías—, entonces la candidatura hipotética de Jaime Rodríguez, o cualquiera independiente, pueden verse enfrentadas a un obstáculo insuperable: la falta de credibilidad.

Estas y otras encuestas muestran que una gran proporción de mexicanos ha manifestado en los últimos meses una disposición a votar por una candidatura independiente. Pero esa posibilidad se puede ver —casi seguramente se verá— diluida si con el tiempo las encuestas muestran que no puede ganar la Presidencia. De ser el caso, votar por una candidatura sin partido se transforma en un voto testimonial: importante, que puede alcanzar niveles interesantes, pero finalmente ocioso en cuanto a que no tiene posibilidades de ganar. Cuando esa percepción se generaliza en cualquier elección, la gente tiende a desistir de un voto de esa naturaleza y a transferir su sufragio a segundas opciones menos atractivas pero más viables.

En cambio, si en los próximos meses la encuesta de Reforma ve confirmados sus resultados con sondeos de la misma casa y de otras firmas, se puede generar una dinámica de credibilidad. Esto es lo que sucedió en Nuevo León. Cuando salieron las primeras encuestas de El Norte mostrando que El Bronco iba subiendo y que se acercaba a los otros dos candidatos —PRI y PAN—, comenzaron a elevarse las intenciones de voto a su favor. Las encuestas se volvieron una self fulfilling profecy. Mi impresión es que las posibilidades de triunfo de una candidatura independiente son realmente existentes. No enormes, pero no nimias tampoco. Y las de El Bronco en particular, hoy, son considerables. Pero en esta disyuntiva nos encontramos todos. ¿Reforma o GEA?

















Venezuela de botepronto

Jorge G. Castañeda

Tres reflexiones rápidas sobre las elecciones en Venezuela, antes del anuncio de cualquier resultado oficial, pero ya en plena rumorología; en medio de  interpretaciones del lenguaje corporal de unos y otros, y de conclusiones inevitables, aunque prematuras. No existen mayores fundamentos para creer estas versiones, salvo que parecen ser ciertas.

 La participación fue elevada, incluso antes de que el gobierno de Nicolás Maduro, a través del Consejo Nacional Electoral que controla, decidiera mantener abiertas las urnas una hora más de lo previsto. Ese primer dato explica los demás: en este caso, sin la menor duda, una elevada participación favoreció a la oposición antichavista.

En segundo lugar, los datos en la noche parecían arrojar 113 miembros de oposición electos, en una Asamblea de 167 integrantes. En otras palabras, la MUD opositora alcanzaría la llamada supermayoría de dos tercios, que le permitiría elegir integrantes de la Suprema Corte, aprobar cambios constitucionales y casi destituir a Maduro por esta vía. Hay tres reservas al respecto: que los vaticinios, conteos rápidos, encuestas de salida, etcétera, se equivoquen; que acierten, pero que Maduro y Diosdado Cabello logren recuperar/comprar un par de escaños, evitando lo peor; y tercero, como lo ha dicho Moisés Naím, que entre el 7 de diciembre y la fecha en enero cuando toma posesión la nueva Asamblea, el chavismo le arrebate el poder a la misma y lo asigne a otras instancias existentes y por ser creadas.

Tercero: de confirmarse estos datos —y el número exacto de escaños no importa en este siguiente cálculo— la oposición habría obtenido más de 65% del voto, y tal vez hasta 70%. De ser cierto, podría plantearse con gran optimismo convocar en 2016, al cumplir tres años Maduro en el poder un referendo revocatorio, al lograr 20% de las firmas necesarias, y ganarlo. Se antoja excesivo el pronóstico, pero las caras de los militares en la televisión lo insinuaban.

Todo esto lleva a dos conclusiones, una dramática, la otra festiva. De confirmarse estos números, puede caer el gobierno de Maduro ahora, por una conjunción de circunstancias. Improbables, pero no imposibles. Y al término de más de año y medio de cárcel, mi amigo Leopoldo López puede ser liberado. Fantástica noticia, si se da.





Dentro de 3 años sabremos cómo nos fue durante 6

Jorge G. Castañeda

No veo motivo para esperar que la segunda mitad del sexenio sea muy distinta a la primera. El crecimiento económico se parecerá mucho —entre 2 y 2.5% en promedio— durante los dos períodos; la inflación también; los precios del petróleo difícilmente volverán a los de 2013-2014, sin caer tampoco mucho más, y, por lo tanto, las restricciones presupuestales seguirán vigentes; las tasas de interés norteamericanas subirán un poco y las mexicanas no bajarán mucho (6.5% de interés real para una hipoteca, casi el triple de EU); nada muy nuevo en el frente económico: ni bueno ni malo.

En el ámbito político, a menos que haya una sorpresa (segunda vuelta, reagrupación de spots, reducción de gasto de los partidos, debacle del PRI en las 12 gubernaturas del 2016), tampoco veremos grandes cambios. La sucesión se encuentra ya en marcha; AMLO, Margarita Zavala y, a su manera, El Bronco proclamaron sus candidaturas; el PRI está pasmado por las reglas tradicionales y anacrónicas de espera a los tiempos del Presidente. No se ve gasolina para una nueva reforma política, aunque le urge al país, y en realidad, la innovación para la segunda mitad del gobierno consistiría en el desenlace: que ganara AMLO o un independiente en el 2018. Lo demás sería parte de la nueva normalidad del país: aceptable, a secas.

De las reformas, comenzará el período de medición de resultados. Para 2018 sabremos quién va invertir, cuánto y en donde, en materia de energía. Los resultados no se verán hasta más adelante, pero las cuentas ya se podrán analizar. Las promesas de determinados miles de millones de dólares de inversión extranjera (IED) en petróleo, gas y electricidad se podrán contabilizar; las inversiones acompañantes, también. Y sabremos si la IED como porcentaje del PIB aumentó, o permaneció estancada.

Igual en el rubro social, incluyendo la educación. Para 2018 se sabrá si las evaluaciones entrañaron una verdadera rotación de los maestros reprobados después de tres fracasos; si las pruebas PISA o las mexicanas empiezan a arrojar resultados. En salud y vivienda, ya habrá saldos.

Se comprobará si la caída de los homicidios dolosos por 100 mil habitantes de los primeros dos años fue tendencia, o si el incremento en 2015 se prolongó. En todo caso, para 2018 veremos si se ganó la guerra del narco, o si Peña Nieto la abandonó al convencerse de su futilidad.

Las conclusiones más importantes: si se empezó a construir un estado de derecho, una policía que funcione, e instituciones creíbles y eficaces en el combate a la impunidad, las violaciones a los derechos humanos y la corrupción. Para entonces, no bastarán los anuncios.