Chihuahua
y Veracruz: menos principismo, más eficacia
Jorge G. Castañeda
Falta poco para que concluya
el proceso de selección de candidatos a las 12 gubernaturas de este año. Se
cierra el plazo para recabar firmas proindependientes. Los importantes: Barraza
en Chihuahua, Arellano en Aguascalientes, Luken en Tijuana y Frías Castro en
Sinaloa casi lo logran. Los pleitos perennes entre candidatos del PRI se
aplacan, con heridas que podrán cicatrizar entre ellos, pero no necesariamente
en el seno del electorado. Las alianzas anti-PRI van y vienen, sobre todo en la
comentocracia.
Para contribuir a la
cacofonía, propongo una visión más casuística de las alianzas, de las virtudes
y los riesgos de las candidaturas independientes y del nexo entre estos
comicios y los de 2018. Me centraré en dos estados. Junto con el Edomex,
Veracruz es la última gran retaguardia electoral del PRI. Comprende el tercer
padrón del país, nunca ha habido alternancia y lograrla le daría un carácter
más parejo a la votación presidencial de 2018. Con el Edomex y Veracruz en la
bolsa, el PRI solo ha perdido frente a un gran candidato (Fox en 2000) o con
uno pésimo (Madrazo en 2006).
En Veracruz se plantea un
dilema para cualquier partidario de causas ciudadanas. Por un lado, arrebatarle
su penúltimo bastión al PRI contribuiría a emparejar la cancha para 2018. Por
otro, el único rival susceptible de ganarle al partidazo es Miguel Ángel Yunes,
candidato de una alianza PAN-PRD y quizá de algunos más, un político cuya
trayectoria les resulta reprobable a varios por un sinnúmero de sospechas y
realidades. Para acabarla, contendían tres independientes: uno —Gerardo Buganza—
ya se bajó; otro no pinta, pero Juan Bueno, el tercero, sí puede aglutinar
algunos sufragios del PAN, su antiguo partido. ¿Qué hacer? Si fuera jarocho me
inclinaría, con una dosis de renuencia y cinismo, por Yunes. Me importa más la
alternancia que la pulcritud de su abanderado, sobre todo cuando el rival
priista también se apellida Yunes, y el independiente no tiene posibilidades.
El otro es Chihuahua. Fue el
segundo de la alternancia, y puede ser el segundo donde gane un independiente.
Solo que a Barraza se le atravesó Javier Corral, que ha sido candidato a
gobernador. Un audaz y aguerrido legislador. En lugar de que el PAN apoye al
Chacho para que gane y el repudio al gobernador saliente tenga consecuencias,
Corral insistió en su candidatura aunque pueda dividir el voto del hartazgo y
darle la victoria al PRI. Ha dicho que declinaría a favor de Barraza si 30 días
antes de la elección las encuestas no lo favorecen, pero no parece haber
reciprocidad. Para no errarle, y a sabiendas que Corral sería aire fresco para
Chihuahua, si votara me quedaría con Barraza porque me importa más una victoria
independiente que un gobernante iconoclasta y dinámico.
¿Cuál es la regla entonces? Ninguna. Conviene
ver qué es más compatible con las causas que uno abraza. Un actitud menos
principista, y quizás más eficaz.
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