Candidaturas independientes o partidos disfrazados

Jorge G. Castañeda

En un foro organizado por el Instituto Belisario Domínguez del Senado, una de las discusiones más interesantes que surgieron a partir de las intervenciones de los invitados —Manuel Clouthier, Alfonso Martínez, José Woldenberg y yo— fue la aparente contradicción entre la necesidad de "organizar" las candidaturas independientes, y el imperativo de no ser ni parecer un partido político. Esta contradicción, que se da en la gestión de los candidatos independientes, también surge en el proceso de presentación de varias candidaturas independientes a las 12 gubernaturas en diversos estados en 2015, y sobre todo en la elección presidencial de 2018.

Es cierto que si una candidatura independiente empieza a dotarse de una organización para obtener las firmas y recursos necesarios empieza a adquirir ciertos rasgos de los partidos políticos. Aún más, si como parece ser el caso, se presentan varias candidaturas en un estado determinado en 2017, y sobre todo a la Presidencia en 2018, empezará a ser necesario contar con un proceso de decantación de dichas candidaturas para que aparezca en la boleta una sola. Esto implica algún tipo de proceso construido ex profeso: primarias, encuestas, pasarelas... Si sumamos todo esto, como dice Woldenberg, la diferencia entre esa candidatura independiente y un partido puede parecer mínima. Ya ni hablemos de lo que sucede después del hipotético triunfo de un candidato independiente. Sin embargo, hay diferencias. La primera es de tipo intangible: como decía Clouthier, la esperanza que genera hoy en el electorado la idea de candidaturas que no pertenezcan a los desacreditados partidos políticos. Pero no solo esto. Existen dos diferencias adicionales, y fundamentales. La primera es que en el proceso de construcción de una candidatura independiente, y de ordenamiento del mecanismo de selección de una entre varias, puede participar cualquiera, con los mismos derechos y posibilidades que otros. Es un proceso mucho más asimilable o conquistable por ciudadanos de a pie. No es el caso de los partidos.

La segunda diferencia es la agenda. La diferencia entre una candidatura de partido y una independiente yace en la libertad que cualquier candidato independiente tiene en relación a su propio programa. Ciertamente deberá tomar en cuenta demandas, exigencias y condiciones de quienes lo apoyen, pero tendrá más posibilidades de enarbolar una agenda ciudadana audaz e iconoclasta, cosa que un candidato de partido no puede hacer porque tiene compromisos con la dirección, los militantes, los estatutos, el programa y los aliados. Esta quizás sea la distinción más importante que veremos en los tres años que vienen.