Un
absurdo quid pro quo
El lapidario informe preliminar de la CIDH al
término de su visita de una semana a México irritó sobremanera al gobierno. Con
razón: reiteró lo que muchos ya han dicho —grave crisis de derechos humanos,
grave presencia de tortura, desapariciones forzadas y ejecuciones
extrajudiciales, todo ello producto de la impunidad—, pero con la autoridad de
un organismo intergubernamental, perteneciente a la OEA, que vive de las cuotas
de sus estados miembros, entre ellos México, y que visitó nuestro país a raíz
de una invitación del gobierno. Este último, sin embargo, quizás debiera
molestarse más con los responsables del oso, y no tanto con los comisionados,
que solo hicieron —ellos sí— su trabajo.
Las versiones
que circulan sobre el origen de la visita y el quid pro quo que la antecedió me
fueron confirmadas por fuentes incuestionables del ámbito de los derechos
humanos en Washington, sede de la CIDH. Desde finales de 2014, la comisión tuvo
la intención de colocar a México en la lista de lo que se llama el capítulo 4,
junto con Cuba, Venezuela y Honduras. México enloqueció y montó un cabildeo
feroz para evitarlo. Viajaron delegaciones a Washington, amenazaron con
suspender cuotas, ofrecieron aumentarlas, y finalmente lograron, a principios
de año, un acuerdo que parecía favorable.
A algún genio
en Gobernación o en Relaciones se le ocurrió pensar que si la CIDH se desistía
de incluir a México en la lista negra, a cambio se le podría invitar —a todos
sus miembros— a lo que se llama una visita in loco o in situ para que hablara
con víctimas, con funcionarios, activistas y otros mexicanos interesados en los
temas de derechos humanos. Ya se vería como controlar a sus integrantes una vez
que se produjera la visita. Y en todo caso, se pensaba, los peores abusos
ocurrieron durante la guerra de Calderón, y esa ya pertenecía al pasado. Se
evitaba lo peor: el capítulo 4.
Lo peor para
los funcionarios de entonces (ninguno sigue en su cargo), pero no para el
gobierno ahora. Salió más caro el caldo que las albóndigas, en la medida en que
el informe preliminar —el que más impacto tiene, por su inmediatez— contiene
apreciaciones inéditas desde los años 90, corrobora informes anteriores de
otros, y crea otra crisis para el gobierno.
Los
negociadores del acuerdo se encuentran lejos, muy lejos, del escándalo. Y el
gobierno, de nuevo vapuleado por su vicio de origen: descuidar los derechos
humanos por cuidar a Calderón en lo interno, y a Castro y Chávez, en lo
externo.
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