Elecciones
en Venezuela: el fraude por venir
Jorge
G. Castañeda
Los acontecimientos de Europa, África y Medio Oriente de las
últimas semanas y las elecciones argentinas han ocupado titulares de periódicos
y horas de trabajo de las cancillerías latinoamericanas. Ahora habrá una
coyuntura que amenaza sobremanera con perturbar la paz mental de los funcionarios,
la placidez de los gobiernos y la atención de los medios regionales: las
elecciones en Venezuela el 6 de diciembre.
El nuevo secretario general de la OEA, Luis Almagro, dirigió
el 10 de noviembre una carta insólita a la presidenta del Consejo Nacional Electoral
de Venezuela, Tibisay Lucena, lamentando que no haya invitado a la OEA a
observar dichas elecciones, y enumerando todas las preocupaciones que le
provocan las condiciones bajo las cuales se desarrolla el proceso electoral. Ya
Andrés Oppenheimer subrayó la sorpresa que le causó que un secretario general
electo por unanimidad (incluyendo al gobierno de Nicolás Maduro y a toda la
izquierda latinoamericana) y ex canciller del gobierno de Frente Amplio en
Uruguay criticara de un modo tan explícito el funcionamiento del sistema
electoral de un Estado miembro. Almagro incluyó en su misiva referencias a los
cambios en las reglas del juego electoral, al financiamiento, al padrón, al
acceso a medios, al encarcelamiento de líderes de la oposición y la confusión
en las boletas electorales.
A propósito de uno de sus reclamos, hace unos días la Corte
Suprema de Chile ordenó al gobierno de ese país recurrir a la OEA y presentarse
en el penal donde se encuentra recluido Leopoldo López al considerar que se
están violando sus derechos humanos. El régimen de Michelle Bachelet, de corte
partidario al chavismo antes y a Maduro ahora, aceptó acatar la orden del poder
judicial, en un primer caso de jurisdicción universal en América Latina (o como
diría un mexicano, sopa de su propio chocolate para varios chilenos pro-Chávez,
que festejaron la decisión de Baltazar Garzón en 1998 de detener al ex dictador
Augusto Pinochet en Londres).
Ni siquiera los países de Unasur, organización sudamericana
con simpatías por el gobierno venezolano, pudo enviar una simple misión de
acompañamiento electoral a Caracas. Maduro vetó al presidente propuesto para la
misma, el brasileño Nelson Jobim, visto como demasiado independiente por el
sucesor de Chávez. Quizás tenía razón: con la inflación más alta del mundo en
la ciudad más violenta del mundo, es comprensible que Maduro se prepare para
una paliza electoral, y prepare también un megafraude para contraarrestarla.
¿Que va a hacer
América Latina? ¿Que va a hacer México? ¿Que va a hacer la izquierda mexicana?
¿El silencio anacrónico, convenenciero y cínico de la no intervención? ¿Avalar
el fraude? ¿Armarse de valor y de congruencia para encabezar una denuncia del
atropello a la democracia? Felipe Calderón reconoce que se equivocó al callarse
ante los sucesos en Venezuela. ¿Peña Nieto lo reconocerá también, pero solo
desde Toluca?
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