Ronda Uno y camisa de fuerza
Jorge G. Castañeda
Los decepcionantes resultados de
la Ronda Uno encierran varias explicaciones. Una parte corresponde a la mano de
Dios: los precios internacionales del petróleo, y otra a la del hombre: los
errores y el optimismo desmesurado de los funcionarios encargados de la
operación.
El gobierno ha tomado en cuenta
la trampa conceptual en la que pudiera caer —pero que no va a suceder— de
echarle demasiado la culpa a la mano de Dios. Si todo el magro desenlace
proviene de esa mano, existe el riesgo de que ésta persista. Es decir, si los
precios del petróleo siguen caídos o se desploman aún más debido a la llegada
de cargamentos iraníes, en las siguientes rondas las mismas causas surtirán los
mismos efectos.
Ahora bien, si la proporción es más o menos
mitad y mitad, importa corregir los posibles errores de cálculo u optimismo.
Quienes saben de esto ya han subrayado las razones que explicarían el bajo
número de bloques otorgados: pedir demasiadas garantías de inversión, elevar en
exceso la “toma fiscal” de Hacienda, licitar primero los bloques menos
atractivos, guardando the best for last. Pero quizás haya un problema más
interesante detrás. Ex directores de Pemex me han explicado que la reforma
energética de EPN descansaba en una premisa central: Pemex se iba a reformar, a
volver más competitiva, transparente y eficiente gracias al cambio del entorno
o del contexto. Mayor competencia interna a través de la licitación de bloques,
mayor competencia externa a través de la participación en operaciones fuera de
México obligaría a Pemex a reformarse. La reforma no preveía un cambio interno
porque vendría por añadidura. No era absurdo el planteamiento pero quizás no
haya sido tan acertado.
Hace seis años, Aguilar Camín y
yo propusimos, junto con muchos más, que la reforma energética debía centrarse
en dos aspectos: permitir la inversión privada minoritaria, como accionistas, y
la salida a Bolsa de Pemex, tanto en México como en NY, para obligar a la
paraestatal a transformarse. Por razones técnicas y políticas, la gente no
entendería que hubiera accionistas extranjeros, aunque fueran minoritarios —se
desechó esta idea que seguramente fue vista como una ocurrencia de dos neófitos
en la materia—. Hoy no sé si nuestra idea siga pareciendo tan absurda, y si la
alternativa que se escogió se vea como la más genial de todas. Hoy, que la
reforma energética puede funcionar, pero atrayendo muchísimos menos recursos
que los previstos e imponiéndole a Pemex una transformación mucho menor que la
esperada, tal vez nuestras ocurrencias no eran tan absurdas.
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